Toledo Patrimonio de la Humanidad: una lanza por la cultura

Ahora que de casi todo hace ya veinte años, como el poeta Gil de Biedma solía repetir, se cumplen treinta años de la declaración de Toledo como Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Durante estos treinta años han pasado muchas cosas y otras muchas más tendrían que haber pasado para que Toledo hubiera logrado el despegue cultural definitivo. Seamos optimistas. Toledo tiene mucho futuro precisamente porque tiene mucho pasado. Y sobre ese pasado, incluido el más reciente y el presente, podemos cimentar un futuro cargado de esperanza, lleno de posibilidades. Eso pasa, de un lado, por preservar los vestigios de nuestra propia historia, el legado de las culturas que han ido sedimentando en esta ciudad milenaria con un paisaje verdaderamente único. De otro lado está la creatividad para imaginar un futuro cultural a la altura de la historia.

En el espacio leemos el tiempo. El tiempo y los hombres han ido dejando su huella en la ciudad levítica, que no es un contexto de piedra, sino un espacio de civilización. Toledo es un lugar excepcional que acumula la memoria colectiva de muchas generaciones a través de los siglos. Es un lugar de la historia, Patrimonio de la Humanidad, un lugar de memoria, que también sintetiza lo que ha sido España, como nos recuerda admirablemente Jorge Luis Borges en estos versos:

…España del íbero, del celta, del Cartaginés y de Roma,
España de los duros visigodos (…)
España del Islam, de la cábala
y de la Noche Oscura del Alma…

Ahora que ya han pasado miles de años de culturas sobrepuestas y treinta dese la declaración como Patrimonio de la Humanidad, nada me gustaría menos que cayera sobre esta ciudad el espíritu de aquellos versos de León Felipe sobre España:

España…sobre tu vida, el sueño,
sobre tu historia, el mito,
Sobre el mito, el silencio…
¡Silencio!
Sobre el silencio, el Padre,
después del Padre, el Verbo…
¡Y habrá otro nacimiento!

Toledo tiene que ser algo más que una ciudad museo, algo más que un parque temático para el turisteo de bocadillo y suvenir, algo más que un espacio fascinante desde el que se puede, gracias a Dios y algunas medidas valientes, seguir viendo el perfil dibujado en el aire de la ciudad amurallada que forma con ella un paisaje único. Pero no solo el perfil del aire. En Toledo el paisaje es cultural, presente en todas las manifestaciones artísticas: en el pincel de los pintores, con el Greco a la cabeza, en el cine de Buñuel y de tantos otros, en el teatro, en la música ¡cuántos tesoros musicales escondidos aún no han visto la luz!, en la poesía de Garcilaso y todos los que detrás vinieron, como aquella de Blas de Otero que tan profundamente penetra en la identidad de la ciudad y que dice:

Toledo
dibujada en el aire,
corona dorada del Tajo,
taller de la muerte
tela verde de la Asunción
sombría bajada del Pozo Amargo,
brille tu cielo morado,
pase suavemente la brisa
rozando tu silo de siglos.

Toledo, patrimonio conservado para ser gozado por la humanidad entera tiene que ser una ciudad viva, una ciudad de las piedras y de la gente, donde la cultura inmaterial sea también concebida, tratada y valorada como patrimonio que hay que sacar a la luz. Toledo tiene que ser una ciudad que palpite, aunque tenga un corazón muy antiguo. Es la segunda Roma y es más. Hay que crear en ella para que no mire permanentemente atrás, a las bellas piedras húmedas, a las callejas sombrías, a los templos sin culto o con culto, a los museos. Toledo no puede perderse en la niebla de la soledad a las seis de cada tarde.

Toledo tiene que ser una ciudad que palpite, aunque tenga un corazón muy antiguo. Es la segunda Roma y es más. Hay que crear en ella para que no mire permanentemente atrás, a las bellas piedras húmedas, a las callejas sombrías, a los templos sin culto o con culto, a los museos. Toledo no puede perderse en la niebla de la soledad a las seis de cada tarde.


Toledo, esencia, espíritu y cuerpo, es el espacio en el que se resume el mundo y desde el que, con criterio proporcionado y necesariamente exento de ocurrencias, es posible abrazar el universo.

Vista de la ciudad desde el yacimento arqueológico de Vega Baja. / D. Pérez
Vista de la ciudad desde el yacimento arqueológico de Vega Baja. / David Pérez

Ahora que de casi todo hace ya treinta años, Toledo tiene que seguir reinventándose. Son tres décadas de la declaración como Patrimonio de la Humanidad; no debe ser solo un año de fastos, lo importante es el hecho de que la efeméride deje una huella que contribuya, de manera decisiva, a la construcción de un proyecto cívico, verdaderamente cultural, es decir, que afecte, en términos de progreso, a todos, en convivencia. Para ello, será necesario que la ciudad crezca sobre la base de su raíz, su pasado, pero también será necesario que el espacio urbano quede vertebrado espacialmente, al tiempo que se adopten iniciativas para una definitiva articulación y cohesión social.

Toledo tiene que seguir reinventándose. Son tres décadas de la declaración como Patrimonio de la Humanidad; no debe ser solo un año de fastos, lo importante es el hecho de que la efeméride deje una huella que contribuya, de manera decisiva, a la construcción de un proyecto cívico, verdaderamente cultural, es decir, que afecte, en términos de progreso, a todos, en convivencia.


El compromiso con la memoria debe ser un compromiso con la conquista del porvenir; el diseño que nos permita ganar el futuro pasa por conservar y crear, por mantener y progresar. La ambición histórica de la ciudad debe presidir su proceso de expansión. Una lanza por la cultura. Hay que hablar de alguna gran iniciativa cultural que defina el futuro. Ese es el objetivo hacia el que tender; y el referente de nuestra ciudad debe ser el de otras similares; pienso en ciudades en que el patrimonio histórico-artístico es signo definitorio, ciudades como Venecia, y su festival de cine, o Edimburgo o Aviñón, y sus respectivos festivales de teatro; pienso en ciudades en las que una gran infraestructura cultural ha trazado una nueva trama urbana y una nueva seña identitaria, que ha contribuido a construir un presente extraordinario, como el Bilbao del Guggenheim; pienso en ciudades que han experimentado ese mismo proceso con una agenda cultural que ha hecho de la cultura una prioridad en el proyecto político, como Lucerna…

Todo ello, en este artículo, es una plegaria, un llamamiento a encontrar el camino que conduzca a la adopción de medidas que singularicen la ciudad una vez más. Y no sería un mal paso, quizá, el de recuperar la condición de la capitalidad de la lengua española, como en tiempos de Alfonso X El Sabio; tal vez Toledo comience a mirarse a sí misma en ese espejo el año en que celebra el treinta aniversario de su declaración como Patrimonio de la Humanidad…Tal vez…Tal vez pienso en dejar de soñar por una vez.