«A las ocho en punto se hace el silencio y las gargantas ahogadas por la emoción empiezan a entonar la Salve ante la imagen de la Inmaculada Concepción. Un momento digno de ver, y por supuesto digno de vivir… A continuación el estallido de los vítores ante la salida del Estandarte por la puerta de la sacristía… La emoción a flor de piel, la tradición cumplida otro año, el recuerdo de los que se fueron, la oración por quienes pasan por momentos difíciles, las gracias del anciano que vive el Vítor una vez más, las de los padres que llevan por vez primera a su retoño para que aprenda a amar la tradición de sus mayores, las lágrimas, los sollozos, las alabanzas a la Virgen Santísima que lo es todo en Horcajo…» Así iniciaba el pasado año la crónica de mis vivencias en la Fiesta del Vítor de Horcajo de Santiago (Cuenca), una celebración que no deja impasible a quienes participan de ella y de la que hoy vamos a hablar en este espacio.
Podríamos decir que la Fiesta del Vítor es una de las mayores manifestaciones de fe de nuestro país, en la que se rinde culto y veneración a la Inmaculada Concepción. Cada 7 y 8 de diciembre el pueblo conquense de Horcajo de Santiago celebra esta peculiar tradición en honor de la que es su Madre y Patrona, y en la que la piedad popular se hace presente en cada rincón de este municipio. Los orígenes de esta celebración los podemos encontrar en el siglo XVII, e íntimamente ligados a la Orden de Santiago, cuya sede se encuentra en el monasterio de Uclés, muy cerca de Horcajo. Según la tradición, los caballeros santiaguistas se encargaron de extender la devoción a la Inmaculada Concepción por todos y cada uno de los lugares pertenecientes al territorio de influencia de la misma, de los cuáles Horcajo era Encomienda. Desde entonces y de manera invariable, Horcajo de Santiago ha mantenido la tradición que pasa de padres a hijos de venerar a la Virgen Inmaculada no sólo en su fiesta sino a lo largo de todo el año, haciéndose patente esta devoción de una forma muy especial en la celebración del Vítor.
En la tarde del día 7 de diciembre el nerviosismo se apodera de los horcajeños que esperan la salida del Estandarte con gran devoción. Llegadas las ocho de la tarde, en la iglesia parroquial no cabe un alfiler. Comienza el canto de la Salve ante la imagen de la Virgen y la marea humana parece mecerse entre los muros de la imponente iglesia parroquial. Los corazones se encogen, la emoción a flor de piel hacen que a más de uno se le salten las lágrimas, las voces se entrecortan, cientos de miradas fijas en su Virgen, los escasos minutos que dura la Salve se convierten en una eternidad ante la inminente aparición del Estandarte… Una vez finalizado el canto, por la puerta de la sacristía en la que se agolpan sobre todo los jóvenes, sale el Estandarte con la imagen de la Inmaculada, la mayor seña de identidad de Horcajo de Santiago. Comienza el incesante vitoreo a la Virgen que se prolongará cerca de 24 horas hasta que sea devuelto el Estandarte nuevamente a la sacristía en la tarde del día siguiente. El Vítor se ha hecho realidad otro año más, de nuevo las gentes de Horcajo empiezan a desgranar miles de vítores sin descanso:
«¡Vítor la Purísima Concepción de María Santísima Concebida sin Mancha de Pecado! ¡Vítor! ¡Vítor!»
El 8 de diciembre es el día grande, el día de la Inmaculada Concepción. El Estandarte sigue recorriendo las calles de Horcajo y recibiendo los tradicionales vítores hasta que llegado el atardecer debe volver a la iglesia. La gente se agolpa a las puertas esperando su llegada, de nuevo la emoción embarga los corazones de los horcajeños que aguardan con tristeza el final de su fiesta más grande. El Estandarte hace entrada por la misma puerta que salió la tarde anterior, y es en este momento cuando se intensifican los vítores, cuando se lanzan con mayor fuerza si cabe a modo de despedida. La gente no quiere que se entregue el Estandarte, quieren disfrutar un poco más de su tradición, pero finalmente consigue llegar hasta la sacristía, y a partir de este momento comienza una nueva cuenta atrás de 364 días.
Después de haberse recogido la devota insignia tiene lugar otro de los momentos de mayor importancia de la Fiesta del Vítor: la procesión con la imagen de la Virgen Inmaculada por las calles de Horcajo de Santiago. La gente camina delante de la carroza de cara a la Virgen, sin darla la espalda, lanzándola vítores. Tras haber recorrido el pueblo la Inmaculada regresa a la iglesia, momento en que se multiplican los vítores, pues se aproxima el final del Vítor que acaba con el canto de la Salve que también se entonó el día antes para dar inicio a la celebración.
Como vemos, se trata de una de las fiestas de mayor arraigo en Castilla-La Mancha, que se ha mantenido y se mantiene de forma imperecedera, y que goza del reconocimiento de Fiesta de Interés Turístico Regional. Una experiencia única que desde estas líneas invitamos a vivir al menos una vez en la vida.