Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha
Hoy se celebra el Día Mundial del Síndrome de Down y desde las asociaciones de familias con personas con esta especificidad nos invitan en este este día a reflexionar sobre la necesidad de cambio en la forma en que la sociedad percibe su realidad, nos invitan de alguna manera a cambiar la mirada con la que observamos su presencia en la comunidad, nos brindan la oportunidad de que empaticemos con sus aspiraciones personales y comprendamos que vivir en primera persona esa situación, no los aleja en absoluto de tener el deseo de vivir una vida con retos personales como el resto de personas de su entorno.
‘Por tu mirada’ (#xtumirada) es la etiqueta que llena las redes sociales y con la que nos muestran que quienes han visto alterado su par 21 de cromosomas son, ante todo, personas, que tienen sueños y que se proponen disfrutar de los mismos derechos que el resto de los ciudadanos y ciudadanas de nuestra sociedad.
La mirada es precisamente el rasgo más visible que distingue a estas personas y una mirada atrás es lo que les propongo en este pequeño ejercicio de reflexión para que analicemos cuánto ha cambiado y cuánto nos queda por cambiar en nuestra sociedad. Algo se ha movido desde que el 13 de diciembre de 2006 se aprobase en el seno de la Organización de Naciones Unidas la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, adoptada por el ordenamiento jurídico español el 3 de mayo de 2008.
Este instrumento normativo ha supuesto importantes consecuencias para las personas con discapacidad y entre las principales se destaca precisamente la “visibilidad” de este grupo ciudadano, dentro del sistema de protección de derechos humanos de Naciones Unidas, la asunción irreversible de que las políticas de apoyo a las personas con discapacidad constituyen una “cuestión de derechos humanos”, ya que desde entonces se cuenta con una herramienta jurídica vinculante a la hora de hacer valer los derechos de estas personas.
A diario conocemos a jóvenes que tienen algún tipo de discapacidad. Si entablamos conversación con estas personas y les preguntamos por sus inquietudes, descubriremos que en la mayoría de los casos aspiran, nada más y nada menos, a llevar una vida normal. Si les preguntamos por sus anhelos de futuro, nos responderán que tienen metas, que les mueven sueños: formarse en una escuela en la que no se les separe del resto de sus compañeros, tener un trabajo, vivir de forma independiente, tomar decisiones sobre los aspectos significativos de su vida.
Lo de poder tomar decisiones libremente me hace recordar el caso una joven de Fuensalida (Toledo), con Síndrome de Down, que llegó hace dos años a hacer realidad su sueño de ser suplente de una mesa electoral porque sus padres habían conseguido que un tribunal le devolviera el derecho de sufragio que una incapacitación legal de un juez le había arrebatado años antes.
La pasada semana ha sido noticia internacional la historia personal de Mélanie, una joven francesa con el mismo síndrome, cuyo sueño era presentar la previsión meteorológica en un informativo de la televisión nacional francesa. Esa meta de normalización laboral es denominador común de la mayoría de los jóvenes con algún tipo de discapacidad de nuestro entorno.
Si la conmemoración de un día mundial tiene algo de positivo es que focaliza nuestra mirada en la realidad tal y como la percibe y vive el colectivo y nos permite entender mejor sus reivindicaciones. Reconozcamos, pues, sus capacidades antes que sus limitaciones en cualquier faceta de la vida diaria. Fijémonos más en lo que aporta su diversidad, como elemento que enriquece nuestra sociedad. Compartamos con ellos ese sueño, esa meta cada vez más próxima, de conseguir la plena inclusión social de las personas con algún tipo de discapacidad, de las personas con Síndrome de Down.